La ciudad china de Yiwu fabrica y vende la mayoría de artículos para los bazares de los cinco continentes – La urbe explica por qué el país sorteó la crisis mejor que otros.
· 11.000 comerciantes de más de cien países.
Una de las experiencias más instructivas que puede tener quien quiera comprender por qué se llama a China la fábrica del mundo, por qué sus disputas comerciales con las naciones ricas están a la orden del día, por qué ha logrado vadear mucho mejor que ellas la crisis mundial y su economía crece de nuevo casi al 12%, y, sobre todo, por qué el Gobierno se niega a revaluar el yuan en la forma que pide Estados Unidos, es visitar Yiwu, una ciudad de la provincia costera de Zhejiang, unos 300 kilómetros al sur de Shanghai.
Para ello, nada mejor que volar directamente a su flamante aeropuerto. En la moderna terminal de Yiwu se cruzan acentos de todo el mundo -en particular de Oriente Próximo, Asia Central y África- de empresarios y comerciantes llegados para hacer acopio de todo lo imaginable en el mayor mercado mayorista del planeta.
Sus 60.000 locales ofrecen 1,7 millones de objetos a 200.000 visitantes diarios
Hay cuatro millones de metros cuadrados dedicados a uso comercial
Yiwu vendió 5.000 millones de euros en 2009, un 8% más que en 2008
La renta ‘per cápita’ de sus habitantes es 2,5 veces mayor que la media nacional
Carteles y publicidad en árabe, inglés, ruso, español, hindi, coreano y otros idiomas indican que a Yiwu se viene a comprar. A comprar de todo y en gran cantidad. La ciudad vive por y para ello. Porque si la provincia sureña de Guangdong, con sus polígonos industriales hasta el horizonte, es la fábrica del mundo, Yiwu es el reino mundial del todo a 100.
Pero no sólo. Aquí no se venden por toneladas únicamente la quincallería y las baratijas que se encuentran en los chinos de todo el planeta. Hay mucho más. Desde sillones de masaje a pantallas luminosas, pasando por electrodomésticos, zapatos, juguetes, maletas, guantes, botones, cinta adhesiva, sartenes, bombillas, balones de fútbol, jarrones, flores artificiales, muebles, cremalleras, relojes, bañeras o altavoces. Y más. Así que sería mejor decir que Yiwu es, simplemente, el hipermercado del mundo.
Las intenciones del gobierno municipal quedaron bien claras cuando eligió como eslogan de la ciudad «Un mar de productos, un paraíso para los compradores«. Una frase que se repite por todos lados, y marca el carácter de sus habitantes, algunos de los cuales, con menos de 30 años, ya conducen potentes BMW y Mercedes, símbolos de éxito y ostentación en este país, paraíso para las marcas de lujo.
«En Yiwu todo gira alrededor de los negocios. Incluso en las raras ocasiones en que la gente se concede un poco de tiempo libre, sus teléfonos móviles no dejan de sonar. Pero lo aceptan porque ganan mucho dinero», dice Yue, una joven de 25 años que trabaja en una compañía de importación y exportación iraní.
Ju Xiaoli, dueña de la tienda de broches, hebillas y accesorios Pequeñas Estrellas, es un ejemplo típico. A sus 43 años, lleva 18 comerciando, y las cosas le van muy bien. Activa, resuelta, atiende una llamada tras otra, mientras negocia con dos paquistaníes un pedido de pequeños diamantes de plástico. «Yo me ocupo de las ventas en la tienda, y mi marido se encarga de la fábrica que tenemos», afirma, rodeada de calculadoras y teléfonos. «Nos va muy bien», asegura esta mujer que sólo se toma unos días de descanso en las fiestas del Año Nuevo chino. «Tiene varios coches; uno es un BMW», la interrumpe una de sus jóvenes empleadas, con tono de admiración.
Al otro lado de la mesa, Muhammad Moazzam Attari y Muhammad Imran Attari, con ropaje blanco y turbante verde, comprueban las muestras e intercambian impresiones mientras dan sorbos al Nescafé con leche instantáneo que les ha ofrecido Ju. Apenas 15 minutos después, el pedido, de 25.000 yuanes, está firmado.
«En Yiwu encuentras de todo y a buen precio y, aunque la calidad en algunas cosas sea regular, es suficiente para mis clientes», explica Muhammad Moazzam Attari, de 37 años, que vive en Lahore (Pakistán). «He venido dos semanas. He comprado también zapatos y diferentes complementos. Parte es para mi tienda y parte para suministrar a otras. En total, voy a comprar por valor de 200.000 yuanes».
El comerciante asegura que «lo único difícil es el idioma». Por ello, es su socio, Muhammad Imran Attari, de 28 años, que reside en China desde hace ocho, quien ha llevado el peso de la conversación en mandarín, intercalada de vez en cuando con el inglés básico de Ju.
La actividad es continua. Hombres y mujeres de negocios de todo el mundo van de tienda en tienda como abejas en busca de polen. Otros negocian con los dueños, calculadora en mano. Vendedores ambulantes ofrecen gajos de sandía y pepinos a los acelerados visitantes. En un rincón, un musulmán ora en el suelo en dirección a La Meca.
Junto a una tienda, Gulala, de 45 años, una iraquí que vive en Londres, explica, acompañada de su traductor, por qué viaja periódicamente a Yiwu. «Tenemos una empresa de exportación aquí. Compramos de todo -ropa, bisutería, gafas, material eléctrico, muebles- y lo enviamos a Irak. La situación allí está muy mal. Hace falta de todo, y aquí encuentras mucha variedad y es barato».
Los diferentes mercados mayoristas de la ciudad suman una superficie de más de cuatro millones de metros cuadrados, alojan más de 60.000 locales comerciales, ofrecen 1,7 millones de productos diferentes y reciben cada día más de 200.000 visitantes. Sus ventas en 2009 ascendieron a 41.200 millones de yuanes (4.490 millones de euros), un 7,8% más que en 2008, a pesar de la crisis.
Si el mayor es el Centro Comercial International -cuya primera fase fue abierta en 2002, y la cuarta, en 2008 (la quinta se encuentra en construcción)-, uno de los más antiguos es el de Binwang. Sus 9.000 puestos mercadean principalmente ropa, lana y textiles. En uno de ellos, Wu Youbin, de 40 años, vende sábanas, cortinas y cojines que fabrica en su taller de Dongyang. «En la fábrica tengo 60 trabajadores. Mis dos hermanos también tienen talleres. También vendo sus artículos. El 80% de mi negocio va a la exportación, en gran parte a Oriente Medio», dice sentado junto a una pantalla de ordenador y una máquina de contar billetes. «Prefiero comerciar con extranjeros porque las cantidades son mayores. Pero si un cliente quiere una sola sábana, también se la vendo».
Wu afirma que Yiwu, una ciudad rodeada de colinas verdes, se ha transformado completamente en la última década. Él, como muchos, vendía antes en la calle. Ahora, en las calles lo que se ve es un tráfico continuo de camiones con contenedores, camionetas de reparto y mototriciclos cargados a rebosar, que se intensifica en polígonos industriales como el de Beiyuan, donde se suceden las fábricas de calcetines, bisutería, textiles, ropa o gomas elásticas. En ellas trabajan muchos de los 1,2 millones de inmigrantes de otras provincias, que representan la mayor parte de los habitantes de esta ciudad de dos millones de almas. Trabajadores que cobran entre 1.500 y 2.000 yuanes (163 y 218 euros) al mes más el alojamiento, en dormitorios comunes, y la comida. Algunos libran un día a la semana; otros sólo dos o tres al mes.
Wang Xiaomin, de 28 años, de la provincia nororiental de Heilongjiang, llegó hace cinco años a Yiwu en busca de empleo. «Muchos de mis compañeros de clase vinieron aquí, y yo hice lo mismo», cuenta mientras se dirige a un pequeño restaurante para almorzar. «Mi marido tiene negocios en Yiwu, y yo trabajo en la planificación de la producción en [el fabricante de calcetines] Bonas. Cobro 2.000 yuanes».
Aunque la mayoría de los artículos que se venden en Yiwu vienen de otras provincias, como Guangzhou o Jiangsu, la ciudad tiene numerosas fábricas, entre ellas las de los cinco mayores productores del mundo de calcetines y medias y el mayor de cremalleras, que suministran a cadenas como la estadounidense Wal-Mart.
El despegue comercial de Yiwu, población fundada el año 222 antes de Cristo, durante la dinastía Qin, se produjo en 1982 -recién puesto en marcha el proceso de apertura y reforma chino-, con la creación de un gran mercado al aire libre. Hoy, la ciudad cuenta con gigantescos centros comerciales, palacios de muestras e incluso un estadio olímpico, que es aprovechado para las ferias internacionales. El año pasado, la renta per cápita de sus habitantes alcanzó 30.841 yuanes (3.360 euros) en las zonas urbanas y 12.899 yuanes (1.405 euros) en las rurales; 1,8 y 2,5 veces más que la media nacional, respectivamente.
Los comerciantes de Yiwu aseguran que la crisis global quedó atrás para ellos hace meses. «El último año la cosa ha ido mejor, y ahora tengo más negocio que antes de la crisis», dice Wu, rodeado de paquetes de sábanas. La misma frase repite Ju, aunque se queja de la subida del precio de la mano de obra. «Cada vez tenemos que enviar más lejos la fabricación de algunos artículos, a provincias como Jiangxi y Anhui», afirma. Ambos tienen dos hijos, un buen indicador de una posición económica desahogada en este país donde quien se salta la prohibición de tener más de un hijo es castigado con una multa cuantiosa.
Pero hacer negocios en Yiwu no siempre es fácil. «A veces, los vendedores cambian el precio que habías acordado», dice Muhammad Imran Attari. «Otras, cuando llega el contenedor, descubres que el envío no corresponde totalmente con lo pedido o que la calidad no es buena. Te piden disculpas y contestan que la próxima vez harán algo», explica Boss, un empresario nigeriano de 58 años, que ha pasado un mes en Yiwu haciendo acopio de artículos de regalo y textiles. «Pero, en general, la calidad es buena y el precio es correcto. ¿Qué más se puede pedir?», añade Boss, que se ha gastado 100.000 dólares en este viaje, y dice que tiene un margen de beneficio neto del 15%.
Luego recapacita un momento y evoca, como muchos comerciantes, el fantasma de la revaluación del yuan, que, según EE UU, está infravalorado artificialmente hasta un 40%, lo que favorece a las empresas exportadoras chinas: «Sólo seguiré viniendo a Yiwu mientras el yuan permanezca al mismo nivel respecto al dólar». Pekín ha dejado bien claro que cualquier apreciación que se produzca tendrá lugar cuando a China le convenga y será gradual. No quiere que empresarios como Boss dejen de hacer la compra en el hipermercado del mundo.11.000 comerciantes de más de cien países.
Cuando en Occidente se habla de las relaciones entre Pekín y los países menos desarrollados, la atención se suele centrar en la financiación de grandes proyectos de infraestructuras por parte de empresas chinas y la firma de contratos para asegurarse los recursos minerales y energéticos de los que China carece. Pero las relaciones económicas van mucho más allá, ya que existe un enorme flujo comercial entre ambas partes. China ha sabido responder a las necesidades de países con menor poder adquisitivo, para cuyos habitantes comprar artículos fabricados en Europa o Estados Unidos está fuera de su alcance.
Ahí reside, en buena medida, el éxito de Yiwu, donde acaban instalándose muchos de los empresarios que llegan de todo el mundo. Hay más de 11.000 residentes extranjeros de un centenar de países. Entre ellos, iraquíes y afganos que han creado compañías de exportación, animados por las facilidades otorgadas por el Gobierno municipal, y fundado colegios en los que se enseña árabe. La mezquita, construida en 2004, acoge a más de 6.000 fieles durante la oración del viernes, y la oferta gastronómica es variada.
Muchos de los comerciantes musulmanes van a comer a la calle Chouzhou, en la que se suceden pared con pared restaurantes con nombres como Bagdad, Maedah, Al Arabi, Yousufu o The Pyramid. Sus cartas ofrecen suculentos platos de cordero, arroz con pasas y pinchos morunos. A sus puertas, algunos hombres fuman tabaco en narguile (pipa de agua).
«Mis clientes son de todo el mundo, Etiopía, Yemen, Somalia, Marruecos, India, Kuwait, Libia, Siria, Egipto, Francia», afirma Khaled Ali, de 24 años, dueño del restaurante yemení Saba, abierto en 2003. «A Yiwu vienen muchos musulmanes, así que mi padre pensó que sería bueno abrir un restaurante para ellos», dice, en medio del local abarrotado de comensales, casi exclusivamente hombres.
«El Gobierno quiere que los empresarios extranjeros se instalen aquí y abran empresas, y les facilita la vida. Concede visados sin problemas», afirma este joven yemení, nacido en Arabia Saudí, que lleva ocho años viviendo en China. Su familia tiene otro restaurante en Guangzhou. En la televisión, resuenan las noticias de una cadena árabe.
Fuente: «EL PAÍS Yiwu 26 ABR 2010»